Kangxi Antes de su persecución el cristianismo en China fue bien aceptado por el emperador Kangxi (1661–1722) quien protegió y admiró el talento de los jesuitas que trabajaron a su servicio. El fin último de la misión jesuita era la conversión pero su adaptación y comprensión de la realidad china y su clara distinción y compatibilidad de los rituales confucianos con los cristianos, antes sociales que religiosos, no pareció ser del agrado de Roma.
A través de las fronteras: China, Corea, Japón.